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jueves, 21 de noviembre de 2019

El mejor maestro del mundo Peter Tabichi.


Peter Tabichi fue elegido ganador en una ceremonia que tuvo la magnificencia y el glamour de una entrega de galardones del cine o la música. Alfombra roja; cientos de invitados; show de luces y baile; Hugh Jackman oficiando la gala; la felicitación, en persona o con mensajes grabados, de líderes de la talla de Bill Clinton, Tony Blair, Al Gore, Leonardo DiCaprio, el papa Francisco y Bill Gates; el príncipe heredero de Dubái presidiéndolo todo, y un millón de dólares como distinción. Con todo eso se encontró este padre franciscano de 37 años cuando, desde la Kenia profunda de la que no había salido nunca en su vida, llegó hasta el hotel Atlantis The Palm, de Emiratos Árabes, el pasado mes de marzo.

A Varkey, el filántropo, le decían que distinguir a los docentes como si fueran actores de Hollywood iba en contra del espíritu de la educación. Él, un emprendedor tozudo que empezó como chofer en la escuelita de su padre y que hoy maneja más de 130 colegios públicos y privados en 14 países, hizo oídos sordos. Decidió seguir su instinto de querer honrarlos con bombos y platillos, alentado por un pensamiento que lo obsesionaba: "¿Cómo es que las estrellas de los realities de TV tienen más espacio en los medios de comunicación que las personas que realmente influyen en nuestros destinos?".

Los presidentes, políticos, ejecutivos, científicos y poderosos que mueven los hilos de la humanidad tuvieron alguna vez un maestro de escuela. Seguramente, ninguno en este momento esté recordándolo como van a recordar a Peter sus alumnos de la Keriko Secondary School de Pwani, Kenia, por el resto de sus vidas. Son jóvenes que caminan varias horas para llegar al colegio, por caminos que en época de lluvias son imposibles y bochornosos; duermen en casas precarias y comparten cama y ropa con los demás miembros de sus familias; muchos son huérfanos de madre o padre; no tienen luz eléctrica y estudian con lámparas de gas que, con el paso del tiempo, dañan la vista; recorren largas distancias para traer agua que cargan en sus cabezas; no usaron nunca un inodoro ni una ducha, se bañan con jarritos; están expuestos a las enfermedades asociadas a la pobreza que flagelan al África subsahariana -como malaria, tuberculosis, cólera, neumonía, VIH, y meningitis-; se criaron en el escenario bárbaro de enfrentamiento de etnias que históricamente caracterizó a esa región del Valle del Rift; comen cada día lo mismo -por lo general, una mezcla de frijoles y maíz que les sirven en el colegio, porque en sus casas muchas veces no hay comida-... Y, además, estudian mucho. Aunque en medio planeta hay millones de niños y adolescentes que se crían en situaciones similares, estos tuvieron la exclusiva suerte de cruzarse con alguien que ha creído en ellos a pesar de sus circunstancias.


Ecuador inmediato.

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