Peter Tabichi fue elegido ganador en una
ceremonia que tuvo la magnificencia y el glamour de una entrega de galardones
del cine o la música. Alfombra roja; cientos de invitados; show de luces y
baile; Hugh Jackman oficiando la gala; la felicitación, en persona o con
mensajes grabados, de líderes de la talla de Bill Clinton, Tony Blair, Al Gore,
Leonardo DiCaprio, el papa Francisco y Bill Gates; el príncipe heredero de
Dubái presidiéndolo todo, y un millón de dólares como distinción. Con todo eso
se encontró este padre franciscano de 37 años cuando, desde la Kenia profunda
de la que no había salido nunca en su vida, llegó hasta el hotel Atlantis The
Palm, de Emiratos Árabes, el pasado mes de marzo.
A Varkey, el filántropo, le decían que distinguir a los docentes como si
fueran actores de Hollywood iba en contra del espíritu de la educación. Él, un
emprendedor tozudo que empezó como chofer en la escuelita de su padre y que hoy
maneja más de 130 colegios públicos y privados en 14 países, hizo oídos sordos.
Decidió seguir su instinto de querer honrarlos con bombos y platillos, alentado
por un pensamiento que lo obsesionaba: "¿Cómo es que las estrellas de los realities de TV tienen más espacio en los medios de comunicación
que las personas que realmente influyen en nuestros destinos?".
Los presidentes, políticos, ejecutivos, científicos y poderosos que
mueven los hilos de la humanidad tuvieron alguna vez un maestro de escuela.
Seguramente, ninguno en este momento esté recordándolo como van a recordar a
Peter sus alumnos de la Keriko Secondary School de Pwani, Kenia, por el resto
de sus vidas. Son jóvenes que caminan varias horas para llegar al colegio, por
caminos que en época de lluvias son imposibles y bochornosos; duermen en casas
precarias y comparten cama y ropa con los demás miembros de sus familias;
muchos son huérfanos de madre o padre; no tienen luz eléctrica y estudian con
lámparas de gas que, con el paso del tiempo, dañan la vista; recorren largas
distancias para traer agua que cargan en sus cabezas; no usaron nunca un
inodoro ni una ducha, se bañan con jarritos; están expuestos a las enfermedades
asociadas a la pobreza que flagelan al África subsahariana -como malaria,
tuberculosis, cólera, neumonía, VIH, y meningitis-; se criaron en el escenario
bárbaro de enfrentamiento de etnias que históricamente caracterizó a esa región
del Valle del Rift; comen cada día lo mismo -por lo general, una mezcla de
frijoles y maíz que les sirven en el colegio, porque en sus casas muchas veces
no hay comida-... Y, además, estudian mucho. Aunque en medio planeta hay
millones de niños y adolescentes que se crían en situaciones similares, estos
tuvieron la exclusiva suerte de cruzarse con alguien que ha creído en ellos a
pesar de sus circunstancias.
Ecuador inmediato.